Obra de indudables méritos la de González Arzac. No solo por el justo homenaje que rinde al olvidado patriota Arturo Enrique Sampay, al cumplirse el 30º aniversario de su fallecimiento, sino también porque rescata para las nuevas generaciones a uno de los juristas más notables que tuvo la república, artífice de la Constitución de 1949.
El pensamiento y la acción del Dr. Arturo E. Sampay, al igual que la de Fragueiro, Manuel Ugarte, Jauretche, Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui, Abelardo Ramos, entre otras personalidades, constituye un punto de inflexión para repensar la Argentina, después de medio siglo de extravíos y de políticas antinacionales.
Profesor universitario, autor de numerosos ensayos jurídicos, constitucionalista de origen católico, Arturo Sampay adhirió en 1929 a la campaña de Hipólito Irigoyen a favor de la nacionalización del petróleo. En 1944 se incorporo al naciente peronismo. Colaboro con Arturo Jauretche durante su gestión en el Banco de la Provincia de Buenos Aires. En 1948 fue electo convencional constituyente por la provincia de Buenos Aires, en representación del peronismo. Fue el ideólogo de la Constitución de 1949.
La sensibilidad social y el nacionalismo económico del gobierno peronista de esos años, fue traducido certeramente por Arturo E. Sampay en sus fundamentales capítulos III y IV a través de los artículos 37 al 40. Se incorporaron a la carta magna los derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación. Asimismo estableció (artículos 38 y 39) que la propiedad privada tiene una función social y el capital debe estar al servicio de la economía nacional. En otras palabras: por primera vez se estableció en Argentina y en Iberoamérica un constitucionalismo social, profundamente democrático.
Como no podía ser de otra manera, esa justicia social que beneficiaba a las mayorías populares, estuvo asentada en un nacionalismo económico verdaderamente progresista. El inédito y revolucionario artículo 40 (que Arturo Sampay redactó “en colaboración con Juan Sábato y Jorge del Río y consultado con otros dos amigos: Scalabrini Ortiz y José Luis Torres” -González Arzac, ob. citada, pág. 20-) plasmó el indispensable intervencionismo del Estado, que efectivizaba el control del comercio exterior y del sistema financiero. Igualmente señalaba que los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas y las demás fuentes naturales de energía son propiedad imprescriptible e inalienable de la Nación; como así también que los servicios públicos pertenecen al Estado y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación. Eran los prerrequisitos básicos de una Argentina soberana.
Otro aspecto de trascendencia reformadora fue la decisión de posibilitar la reelección de los presidentes, donde éstos (al igual que los senadores) debían ser electos por la voluntad popular a simple pluralidad de votos. De esta manera se evitaban contubernios fraudulentos. La incorporación de las mujeres a la vida ciudadana, mediante el voto femenino, no hizo más que profundizar el carácter democrático del gobierno que impulsaba la reforma constitucional del 49.
En este proceso político que instauraba una real democracia social, el radicalismo boicoteó la asamblea constituyente al retirarse de la misma con el pobre argumento de que la nueva constitución sólo buscaba la reelección presidencial. Años más tarde, en 1994, el radicalismo convalidaba la reelección de Carlos Menem pero obvió (al igual que el peronismo) los estratégicos artículos que establecían el nacionalismo económico y la justicia social. En 1955 un golpe cívico militar con la complicidad de radicales, socialistas y conservadores, derrocó al gobierno constitucional. En 1956 se derogó ilegalmente la constitución de 1949. A partir de ese año fatídico comenzó la decadencia argentina. ¿Quién recuerda hoy la Constitución de 1949 y a su legislador más calificado? De las estructuras partidocráticas, nadie. En este sentido, el libro de González Arzac presta un importante servicio a la Causa Nacional pues rescata del olvido, en momentos difíciles para la Argentina, el legado histórico y político de un gobierno y de un patriota cabal como Arturo E. Sampay.
Leer “El pensamiento constitucional de Arturo Sampay” posibilita no solo comprender la naturaleza del infortunio nacional sino también dar la respuesta adecuada para reencontrarnos con la Argentina soberana.
Por todo lo señalado no podemos menos que recomendar el nuevo libro de Alberto González Arzac. Es la obra de un jurista e historiador reconocido y de un patriota consecuente.
Obra de Alberto González Arzac
Comentario por Rodolfo Balmaceda
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