Bambú Press
En mayo de 1959, pocos días antes de morir, Raúl Scalabrini Ortiz le comenta al ingeniero Juan Sábato: “Usted ve un animal grande, de cuatro patas, generalmente marrón, que tiene ubres de las que extraen leche los tamberos, cuyo excremento es de color verde y que hace muuu. Usted dice, obviamente, que es una vaca. Pues bien, Arturo Frondizi le demostrará que no, que es una locomotora Diesel”.
La anécdota figura en Argentina a precio de costo, de Gregorio Selser (ediciones Iguazú, Buenos Aires, 1965) y retrata de cuerpo entero a Scalabrini Ortiz, un ingeniero nacido en Paraná, el 14 de febrero de 1898.
Agrimensor, conferencista, autor de cinco libros, varios folletos y gran cantidad de artículos periodísticos, durante muchos años fue silenciado por la prensa oficial, despreciado por las editoriales cultas que traducían a economistas ingleses, filósofos alemanes y novelistas franceses, combatido por conservadores y liberales e ignorado por la mayoría de la izquierda. Hoy su obra tiene tanta vigencia como en su época.
LOS PRIMEROS PASOS
Raul Scalabrini Ortiz nació el 14 de febrero de 1898 en Corrientes, Argentina. Su adolescencia y juventud transcurren bajo la presión del liberalismo conservador predominante.
Varios factores se conjugan, sin embargo, para que Raúl Scalabrini rompa la trama del pensamiento colonial. Por un lado, su militancia juvenil en un grupo llamado Insurrexit, de ideología marxista, le permite descubrir la importancia de los factores económicos y sociales en el desarrollo histórico.
Su permanente deambular por el país (por razones de trabajo viaja a La Pampa, Entre Ríos y Catamarca) lo salvan de encerrarse en una visión porteña y le enseñan cómo viven y cómo sueñan sus compatriotas. A esto se suma un viaje a París, a los veintiséis años, del cual regresa hondamente decepcionado, pues en la “Francia eterna del humanitarismo y los derechos del hombre encuentra un enorme desdén por los latinoamericanos y una antidemocrática xenofobia de pueblo elegido”.
Además, Scalabrini busca auténticamente su verdad y no se contenta con la gloria efímera que satisface a sus colegas de la pluma.
Cuando llega a Buenos Aires se acerca al abogado, poeta, novelista y filósofo Macedonio Fernández, uno de los personajes más interesantes de aquellos años, que le proyecta su fascinante influencia humanista. En este aspecto, su maestro Macedonio Fernández lo orienta hacia una vida profunda, de altruismo y generosidad, donde lo individual se diluya en aras del beneficio colectivo. “Mis días eran extrañamente ajenos los unos a los otros… Les faltaba sometimiento a una sorpresa más grande que ellos mismos. Les faltaba subordinación a una fe”.
El ingeniero trabaja como agrimensor pero tiene vocación literaria. Frecuenta a escritores como Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal.
En 1923 publica La Manga, un libro de cuentos. Al año siguiente se vincula a la revista Martín Fierro, creada por un grupo de jóvenes de entre 24 y 25 años de edad, que pretenden romper con “la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático”. El director es Evar Méndez, un poeta ya maduro; el subdirector, Oliverio Girondo. La publicación, que sólo tiene cuatro páginas y en sus tres años de vida (1924-1927) edita 45 números, se caracteriza por artículos polémicos y un humor ingenioso. En ella escriben Macedonio Fernández, Conrado Nalé Roxlo, Raúl y Enrique González Tuñón, Luis Cané, Ricardo Güiraldes, Jorge Luis Borges, Xul Solar, Norah Lange, Leopoldo Marechal, Jacobo Fijman, González Tuñón, Ulises Petit de Murat y el propio Scalabrini Ortiz.
El jueves 4 de octubre de 1929 se derrumba la bolsa en Wall Street y desencadena una crisis económica mundial que se extiende durante los siguientes diez años. En Argentina caen los precios de las exportaciones, se devalúa el peso, crece la desocupación.
En 1930, un golpe militar derroca al presidente Hipólito Yrigoyen. Se inicia una etapa a la que el periodista nacionalista José Luis Torres bautiza como la Década Infame.
Pronto abandona las indagaciones metafísicas. Quiere saber por qué en Argentina “país de vacas y cereales, de grandes extensiones y regiones fértiles” hay hambre.
El agrimensor hace un inventario de todos los puertos, ferrocarriles y frigoríficos e indaga quiénes son los dueños. Descubre que Inglaterra se lleva todas las ganancias. Quizá le hubiera bastado con descifrar un poema publicado en la revista Martín Fierro, que en uno de sus versos decía de Argentina: “Mientras tu existas Inglaterra será dichosa / Y no temerá la disolución vaticinada del Imperio”. El autor es el británico Rudyard Kipling, nacido en Bombay y considerado el “poeta del colonialismo”.
REBELIÓN, EXILIO Y REGRESO
En diciembre de 1933, tres años después del derrocamiento de Yrigoyen, Scalabrini Ortiz forma parte del último acto patriótico y popular de la Unión Cívica Radical.
Bajo el régimen del general Agustín P. Justo, estalla simultáneamente en distintas partes del país una rebelión yrigoyenista, pero es rápidamente aplastada. La localidad de Paso de los Libres, en Corrientes, se convierte en el último reducto de la resistencia popular. Scalabrini Ortiz, Luis Dellepiane y Arturo Jauretche se cuentan entre los radicales civiles que participan del levantamiento. Sin embargo, los rebeldes son derrotados. Veinte yrigoyenistas son degollados. En los días siguientes, oficiales del ejército exhiben orejas de los muertos.
Como consecuencia de su participación en la rebelión de Paso de los Libres, Scalabrini se destierra en Europa. En 1934, desde Alemania, escribe sus primeros artículos sobre la cuestión nacional.
En 1935, de regreso del exilio, es uno de los fundadores de la Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina (FORJA), junto a Arturo Jauretche, Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, Homero Manzi, Julio Darío Alessandro y otros. FORJA nace como una tendencia interna de la Unión Cívica Radical, de la que se separará en 1940.
El grupo funciona en un viejo sótano de la avenida Corrientes al 1200 y reúne a unos 200 jóvenes que, en gran parte, son de clase media. Su ideología se encuadra dentro del nacionalismo popular y su manifiesto afirma: “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”.
Los forjistas son acusados simultáneamente de marxistas, nazis y pro estadounidenses. Ellos replican: “Ni conservadores, ni socialistas, ni radicales, ni comunistas, ni fascistas pueden decir al pueblo la verdad sobre la tragedia que vive la patria”.
A través de las conferencias y los Cuadernos de FORJA, Scalabrini realiza una labor constante que revela quiénes, cómo y dónde se manejan los hilos ocultos del poder económico en Argentina. Exhibe pruebas, presenta documentos, menciona nombres de empresas, desenmascara complicidades. Se convierte en el gran fiscal nacional contra la entrega.
Apunta y da en el blanco de la cuestión clave de entonces: la red de ferrocarriles controlados por Inglaterra, a la que define como “una inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la República”.
Los británicos, afirma Scalabrini, aportaron capitales mínimos, inflaron los beneficios, aumentaron o bajaron las tarifas para boicotear a las industrias nacionales, recibieron miles de hectáreas de regalo junto a las vías y no cumplieron ninguna función de fomento en las provincias pobres. Además, trazaron el tendido de acuerdo a sus intereses comerciales: los rieles, en lugar de comunicar el país de norte a sur, confluyen a Buenos Aires, la ciudad-puerto, capital del país-factoría.
Tenaz, publica varios Cuadernos de FORJA: Política británica en el Río de la Plata (1936), Los ferrocarriles, factor primordial de la independencia nacional (folleto, 1937), El petróleo argentino (1938), Historia del Ferrocarril Central Córdoba (1938), Historia de los ferrocarriles (Revista Servir, 1938) e Historia del primer empréstito (1939).
UNA RÁFAGA DE AIRE INCONTAMINADO
Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Gran Bretaña presionan los aliados para que Argentina participe en el conflicto. Scalabrini Ortiz dirige el diario Reconquista, donde defiende la neutralidad y lanza la consigna: “No os dejéis arrastrar a la catástrofe. Si os empujan, subleváos. Muramos por la libertad de la Patria y no al servicio de los patrones extranjeros”.
El periódico no recibe publicidad y sólo vive 41 días. Scalabrini rechaza una oferta de la embajada alemana de financiar su continuidad y el 25 de diciembre de 1939 escribe en el último número: “Hemos pasado como una ráfaga de aire incontaminado en el irrespirable ámbito de intereses creados de nuestro periodismo […]. Dijimos en el primer número que Reconquista cumpliría con su deber o moriría. Hacemos honor a nuestra promesa […]”.
El viento viene de lejos. Se deforma un poco al superar los obstáculos y sigue siendo viento.
Scalabrini continúa su campaña por nacionalización de los ferrocarriles. En 1940 publica dos libros: Historia de los ferrocarriles argentinos y Política británica en el Río de la Plata. Mientras tanto, hace grandes esfuerzos por subsistir con su esposa y sus cinco hijos.
El 13 de enero 1942 publica en el diario La Prensa el siguiente aviso: “Caballero argentino, casado de 44 años, con amplias relaciones, estudios universitarios, técnicos, una vasta cultura general, científica, literaria y filosófico, con experiencia general y profunda de nuestro ambiente económico y político, ex redactor de los principales diarios, autor de varios libros premiados y de investigaciones, aceptaría dirección, administración o consulta de empresa argentina, en planta o en proyecto, en los órdenes de la industria, comercial o agrario. Dirigirse a Raúl Scalabrini Ortiz, calle Vergara 1355, Vicente López”.
LA POLÍTICA DE LA CHINCHE FLACA
En 1944, sir Montague Eddy, representante británico, le propone al escritor ayuda económica a cambio de que cese su cruzada nacionalista. Scalabrini le responde que eso es imposible porque él sigue la “política de la chinche flaca”. Norberto Galasso relata la anécdota en Vida de Scalabrini Ortiz (Ediciones del Mar Dulce, Buenos Aires, 1970):
“Ante el estupor del flemático inglés que no comprendía su respuesta. Scalabrini le explicó cuál era esa política que seguía en su vida. «Usted debe haber dormido en esas pocilgas que se llamaban hoteles. Habrá luchado alguna noche contra los fastidiosos insectos y observado que difícil que es matar a una chinche que todavía no ha chupado sangre, usted la aprieta entre los dedos, la refriega y la chinche continúa como si le hubieran hecho una caricia. En cambio, si la chinche ha comido y tiene su panza hinchada, basta una pequeña presión para exterminarla. Bueno, yo sigo la política de la chinche flaca y por eso que usted nada puede contra mí ni nada puede hacer a mi favor». Y luego agrega: “Es indispensable estar limpios de ambiciones y de codicias. Por eso quienes abrirán la senda de los hechos nuevos serán los humildes, los desmunidos, los trabajadores. […] los que no somos naturalmente ni humildes ni trabajadores sólo tenemos una norma posible: la política de la chinche flaca”.
Raúl Scalabrini Ortiz muere de cáncer el 30 de mayo de 1959, a los 61 años. Hasta poco antes se ganaba la vida como agrimensor.
RB/
N&P: El Correo-e del autor es Roberto Bardini [email protected]
Leave a Reply
Lo siento, tenés que estar conectado para publicar un comentario.