Semicolonia: una categoría con aroma a periferia*. Por Francisco Pestanha y Emanuel Bonforti

 

Semicolonia: una categoría con aroma a periferia.

Por Francisco Pestanha y Emanuel Bonforti

Publicada en revista escenarios UPCN mes de octubre de 2013

 “Las canciones de la tierra volverán a nutrirnos de savia auténtica y en la voz de las vidalas reconoceremos el arrullo de la urpila, despeñadora impenitente de las tardes, cuando se abren en colores pálidos las flores del cardón y reconoceremos en cada danza, en cada ritmo, un pedacito del paisaje agreste donde ponen adornos los algarrobos, donde adelantan cuchillos de espinas los vinales, donde corren y revientan los ríos para secarse luego, donde cantan las hachas mordiendo las carnes duras del quebracho, donde pastan las majadas, donde se clavan las puntas del arado, donde galopan los caballitos criollos, donde ladran perros inverosímiles, donde se sufre, se trabaja, se ama, se baila y se canta”… “Por eso yo, ante ese drama de ser hombre del mundo, de ser hombre de América, de ser hombre Argentino, me he impuesto a la tarea de amar todo lo que nace del pueblo, de amar todo lo que llega al pueblo, de amar todo lo que escucha el pueblo“. HOMERO MANZI

Sin duda alguna la labor emprendida por los pensadores y pensadoras nacionales desde principios del siglo XX, constituyó una empresa ciertamente colosal.

Vivir en la Argentina de las décadas previas a octubre de 1945, suponía coexistir con las ostensibles contradicciones que atravesaba una comunidad que – en apariencia – presentaba rasgos de independencia formal en términos político – institucionales pero, que a la vez, mostraba signos visibles de sujeción económica a una metrópoli que se había erigido en el gran poder industrial de la época.

Algunos autores – incipientemente -comenzaron a denunciar las especiales condiciones por las que atravesaba el país y a concebir una noción, que a la larga, ira mutando de status hacia el de una verdadera categoría: semicolonia.

La condición de la sociedad semicolonial en la que se debatía el devenir de nuestro país y que se expresara mediante una relación asimétrica con Gran Bretaña, no implicaba solamente “abrigarse con el cachemir inglés”. Presuponía, además, la reproducción acrítica de ciertos esquemas de interpretación concebidos en el viejo mundo, que en numerosas oportunidades, impedían abordar la realidad.

La enajenación dejaba entonces de ser estrictamente material para extenderse hacia otras formas vinculadas al universo de lo simbólico.

Los nacionales debieron así enfrentar el desamparo de una colonización de índole cultural. En tal sentido, Jorge Abelardo Ramos sostuvo en “Crisis y Resurrección en la literatura Argentina”:

 “En las naciones coloniales, despojadas del poder político directo y sometidas a las fuerzas de ocupación extranjera, los problemas de la penetración cultural pueden revestir menos importancia para el imperialismo, puesto que sus privilegios económicos están asegurados por la persuasión de la artillería. La formación de una conciencia nacional en ese tipo de países no encuentra obstáculos, sino que, por el contrario, es estimulada por la simple presencia de la potencia extranjera en suelo natal […] Pero en las semicolonias que gozan de un esta- tus político independiente decorado por la ficción jurídica, aquella colonización se revela esencial, pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material. De este hecho nace la tremenda importancia de un estudio circunstanciado de la cultura argentina o pseudo argentina, forjada por un signo de dictadura espiritual oligárquica.”

 Para los hombres y mujeres que asumieron el desafío de romper las barreras que impedían un efectivo conocimiento de la situación argentina de aquel entonces, fue menester desaprender lo aprendido. Sus grandes desafíos los llevaron a concentrarse en la realidad y abordarla desde lo local, a ensayar categorías que permitiesen pensar en nuestra América sin “anteojeras” y a desmontar los presupuestos impuestos por una superestructura cultural, que solo garantizaba el orden determinado por los intereses de una minoría aliada al  imperio inglés.

El derrotero que implicaba desaprender las categorías impuestas desde el afuera, condujo necesariamente hacia reformulaciones de tipo autorreflexivo. Ello supuso ejercitar una actividad especulativa orientada hacia la  emergencia de una matriz de pensamiento de orientación nativista. De esta praxis especulativa, surgirá un cuerpo de categorías originales mediante las cuales se intentara dar cuenta de la verdadera realidad política, económica, social y cultural del país.

Dicha matriz se orientó cuanto menos hacia dos grandes líneas. La primera, caracterizada por conceptualizaciones de índole  política, económica y sociológica, de las cuales surgirán categorías tales como: “oligarquía terrateniente”, “semicolonia”, “movimiento nacional”, “organizaciones libres del pueblo”, entre otras tantas. La segunda, referirá a la cuestión cultural. Así  “inteligentzia”, “colonización pedagógica”, “superestructura cultural” constituirán, entre otros, vectores a partir de los cuales se intentará dar cuenta de los mecanismos indirectos de dominación.

De acuerdo a la visión de algunos integrantes de nuestra corriente, la dominación cultural – uno de los bastiones de la estructura semi colonial – se sostendrá al menos en tres pilares:

I. La colonización pedagógica: dispositivo mediante el cual el sistema de sujeción-dominación comenzará a ejercer influencia en los argentinos desde una edad muy temprana (“en la más tierna infancia” al decir de Jauretche), a través de la inserción o ausencia en el currículo escolar de ciertos componentes relevantes.

II.  La superestructura cultural: constituida por un conjunto de “ideas fuerza” que serán funcionales a los intereses de los sectores dominantes y sus aliados.

III. La inteligentzia: universo de intelectuales y académicos que reproducirán esas ideas fuerza, garantizando su divulgación.

La conjunción de estos tres pilares evitará un pensamiento propio, reproduciendo esquemas de pensamiento importados acríticamente y ajenos a la realidad nacional.

Para algunos autores la colonización cultural  correspondiente a esta fase histórica, comenzará en nuestras fronteras aún antes del período conocido como el de la constitución del Estado Nacional. Así, para Fermín Chávez, la incorporación de doctrinas como el iluminismo se remontará hacia los tiempos previos a la breve pero significativa hegemonía rivadaviana.

Para dicho autor el iluminismo en sí mismo se convertirá en la “ideología de la dependencia” y, en tanto, el progresivo ingreso de Argentina al orden capitalista mundial, estará acompañado de la adopción acrítica de conceptos, valores y presupuestos que, entre otras cuestiones, denostarán la realidad indo/hispano/criolla.

La recepción acrítica del iluminismo se sostendrá en una falsa antítesis: “civilización versus barbarie”. Lo bárbaro representará el nosotros y lo civilizado el otro y, a partir de allí,  se operará una verdadera inversión de los supuestos culturales.

No obstante, a pesar de constituirse en el período posterior a las guerras civiles una ideología hegemónica, múltiples voces se levantarán contra ella y  desde los cimientos culturales de ese país negado por bárbaro, se instituirán nodos de resistencia que lograrán resumirse a través de la literatura Gauchipolitica, entre otras formas. Entre los nombres más destacados figurará el de José Hernández, quien en palabras de Fermín Chávez, retomará la tradición de Baltasar Maciel y de Bartolomé Hidalgo, fomentando con su prosa y su poesía un impulso autoconsciente.

 

Iniciado el siglo XX cierta estirpe de cuño federal resurgirá como una de las formas  de resistencia.   Basta  para ello, concentrarse en la profunda revolución estético cultural que comenzó a sembrarse en la década del ‘20 y que floreció en la del ‘40.

Esa generación que Juan W. Wally nominó como décima -y que desde distintas vertientes del quehacer artístico, político, y cultural, sugirió una nueva mirada sobre y desde el país- fue tal vez la que cimentó, conciente o inconscientemente, el cauce para que acaecieran los acontecimientos de octubre de 1945.

Para Wally esa generación argentina de 1940 – la de los nacidos entre 1888 y 1902- “…fue la de mayores riquezas individuales de nuestra historia: pensadores, escritores, artistas, políticos, juristas, economistas y a la vez protagonista de una gran transformación económico-social, de la revalorización de nuestras raíces culturales, consagró el revisionismo histórico, tuvo a la justicia social como su valor dominante, acompañado por la soberanía integral, en lo político-económico y en lo cultural..”[1]

Categorías como la de semicolonia surgirán, entonces, de una savia auténtica que como sostiene Manzi en el encabezado, sólo puede ser observada y valorada por quien se ha impuesto a la tarea de amar todo lo que nace del pueblo, de amar todo lo que llega al pueblo, de amar todo lo que escucha el pueblo.



[1] Wally: Juan Waldemar: “Generación Argentina de 1940. Grandeza y Frustración. Editorial Dunken. Noviembre de 2007.

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