PENSAR CON ESTRATEGIA. Por Ana Jaramillo.

 

 ¿Vieron que en Estados Unidos

siempre nombran un General negro para que parezca que no hay racismo?

Yo soy el General negro de la Argentina

 

 …las fuerzas armadas de las repúblicas latinoamericanas, factores activos y dinámicos de la seguridad nacional tienen como tarea fundamental una misión pacífica aunque esencialmente combativa: constituir el escudo protector y, en muchos casos, la vanguardia de la lucha de todo el pueblo por asentar la soberanía y la autodeterminación nacional a través del desarrollo acelerado de la economía y de las formas superiores de la convivencia social.

Juan Enrique Guglialmelli

 

Juan Enrique Guglialmelli creó la revista “Estrategia” y el “Instituto Argentino de Estudios Estratégicos”.

 

El primer libro que se escribió sobre él, “La batalla del General Guglialmelli” de Raúl Larra[1] concluye que “de recogerse la Opera Omnia publicada en Estrategia….podrían armarse varios libros” que desmentiría la afirmación de la brevedad de su obra intelectual de la cual le hablaron algunos entrevistados por él.

Afirma que Guglialmelli era un espíritu generoso que se dedicaba a “resaltar la obra  de las personalidades hundidas en el olvido” como fue haber reunido la obra del General Savio.

La intención de este libro es la misma.

 

TEXTO Y CONTEXTO

 

Ningún texto puede separarse de su contexto, si pretendemos interpretar al autor y al contenido de la obra. Mucho menos si se trata de una obra de pensamiento estratégico como es la que nos dejó el General Juan Enrique Guglialmelli a lo largo de todos sus artículos en la revista Estrategia.

En el pensamiento estratégico, el texto implica el contexto histórico y geográfico. La práctica es inseparable de la teoría, de su contenido, ya que su decir se explicita en el proceso histórico. Se está textualizando una determinada situación problemática, definiendo y proponiendo soluciones a la misma, para decidir y pasar a la acción.

Podríamos separar el pensamiento de Guglialmelli expresado en la revista Estrategia en tres períodos:

  1. La denominada Revolución Argentina, desde 1966 hasta 1973, ya que la revista comienza en mayo de 1969
  2. El tercer gobierno de Perón y el de Isabel Perón desde 1973 hasta 1976
  3. La Dictadura militar desde 1976 hasta los albores de la recuperación de la democracia en 1983.

 

Si bien como dice Larra, se podrían escribir varios libros con su obra, en este artículo  sólo rescataremos dos de los temas-problemas- fundamentales que le preocupaban al autor y que son de absoluta actualidad, como imperioso es repensarlos en el contexto actual: la misión de las Fuerzas Armadas en los países que luchan por su desarrollo o liberación y la estrategia para la integración regional.

Creemos que Guglialmelli ha hecho un aporte al pensamiento estratégico nacional, discutible en cada coyuntura que atravesaba nuestro país, pero como dijimos, en tanto pensamiento estratégico le es inherente la voluntad de acción así como el apego situacional e histórico del mismo. O como lo ha denominado Matus en la actualidad para las ciencias de gobierno: pensamiento estratégico situacional.

El pensamiento estratégico por lo tanto implica las categorías de espacio y tiempo, así como la voluntad y la decisión de actuar.

Como sostiene Clausewitz, cuando rechaza la fatuidad del “cronista” y la suficiencia cientificista de los estrategas de la escuela geométrica[2], para elogiar o censurar, es necesario situarse en la persona que actúa y juntar todo lo que ella sabía y el motivo de su acto.

Es fácil acertar con los ganadores de cualquier batalla como fácil es  juzgar los aciertos o errores después de que la historia transcurrió. Lo difícil es tomar las decisiones correctas con antelación, ser protagonista de la historia para bien o para mal individual o colectivo. Porque significa hacerse cargo de los errores, así como ganar o perder.

Es difícil también pensar con antelación, prefigurar conflictos y soluciones en el proceso histórico, en el medio de tensiones y contradicciones entre intereses económicos, políticos o geopolíticos y valores contrapuestos, así como llevar el pensamiento a la práctica.

Guglialmelli fue uno de los pocos miembros de las Fuerzas Armadas, exceptuando a Perón, que más allá de las proclamas militares o programas coyunturales se atrevió a escribir sus ideas acerca de la necesaria estrategia en materia de desarrollo, de seguridad o geopolítica para resguardar el interés nacional.

Asimismo creó un órgano de difusión de sus ideas y las de sus invitados especiales en materia geopolítica como fue la revista Estrategia así como un “Instituto de Estudios Estratégicos y de las relaciones internacionales” en el cual se brindaban cursos tanto a miembros de las Fuerzas Armadas como a investigadores civiles.

Tenía entre sus inspiradores desde Clausewitz o Von der Golz, pasando por Mosconi, Savio o Perón, hasta Lenin, Mao Tse Tung o el Mariscal Tito.

En Estrategia invitó a escribir a innumerables militares y civiles, fundamentalmente nacionales y latinoamericanos, pero también americanos, ingleses, vietnamitas o yugoeslavos. Entre ellos como los uruguayos Recaredo Lebrato Suárez, o Bernardo Quagliottti de Bellis, o el paraguayo Roberto Knopfelmacher Benítez, el brasileño Paulo Nogueira Batista o Neiva Moreira, el peruano Velasco Alvarado, Jorge Fernández Maldonado Ferrari o Edgardo Mercado Jarrín , el boliviano Victor Paz Estenssoro, o el vietnamita Van Tien Dung y tantos otros. En fin, presidentes, militares, ministros, científicos o  especialistas en temas geopolíticos, de desarrollo económico o social así como periodistas especializados desfilaban por la revista y el Instituto con los cuales se debatía la geopolítica nacional, regional e internacional.

Pero sus ideas abrevaron fundamentalmente en el pensamiento desarrollista, cuando todavía existía la doctrina de Seguridad Nacional y el Desarrollo y antes de que la ruptura  por parte de las Fuerzas Armadas del orden constitucional en 1976 perdiera toda legitimidad y toda posibilidad de excusa o argumentación para interrumpirlo.

Ello implicaba también que el “desarrollo” era casi la variable determinante de cualquier construcción de la Nación y tenía la primacía axiológica y política como objetivo frente a la democracia representativa o liberal. El objetivo era el desarrollo sin importar cual fuera la forma de gobierno, ni cuál el método de llegar al poder.

En el primer número de Estrategia, Guglialmelli sostiene que ante el pensamiento liberal que les asigna una “función específica” porque les conviene a los intereses del “statu quo”,  las Fuerzas Armadas, en los países que luchan por desarrollarse, deben incorporarse al “proceso nacional revolucionario”. “Son protagonistas de las luchas por la soberanía y el desarrollo. El desarrollo se ha convertido en la esencia misma de la seguridad nacional”[3].

Este planteo aún estaba enmarcado en la “legitimidad” nacional revolucionaria de los golpes de estado. Como Osiris Villegas, Secretario de Onganía y Director del Consejo Nacional de Seguridad. Para Guglialmelli, Director del Consejo Nacional de Desarrollo, la seguridad era una función del desarrollo[4]. La “subversión interna” o inseguridad interna era un resultado del subdesarrollo, de la injusta distribución de la riqueza o los contrastes económico- sociales regionales.

Sostenía que las Fuerzas Armadas debían participar con el conjunto de la comunidad en la lucha por el desarrollo integral nacional y que esta lucha era la lucha por la liberación nacional. La teoría de la participación de las Fuerzas Armadas regulares en procesos revolucionarios latinoamericanos desde los años cuarenta, como Torrijos, Velasco Alvarado, Torres o Perón, no conllevaba la “ilegitimadad”, que sobrevino después de las dictaduras de los años 70-80s, cuando, como él decía “la única hipótesis de conflicto que tenían, eran los estudiantes de filosofía de pelo largo”.

Para él, las Fuerzas Armadas deben participar en la construcción de su propia nación, no para mejorar su imagen de opresores y defensores del “statu quo” como sostenía Mac Namara, sino porque “los  conflictos y rupturas de la cohesión de la comunidad nacional se originan en la opresión que sufren importantes sectores sociales angustiados por una situación económica incapaz de satisfacer sus justas aspiraciones, o por otras insatisfacciones o frustraciones de tipo político-social…”[5]

Concluye que por lo tanto, las FFAA deben tener claro el sentido y la dirección de los cambios que exige la sociedad en cada momento, participar y promover su ejecución. Su papel debe confundirse “con la lucha de todos los sectores de la comunidad nacional que sufren la opresión y la injusticia”.[6]

Grande fue su desilusión cuando vio la tergiversación de la llamada Revolución Argentina de la cual había participado como miembro de los “azules”, ya que Onganía comenzaba a establecer la limitación del intervencionismo estatal, la apertura de la economía a las inversiones externas, la ortodoxia financiera y el neo-liberalismo preconizado por Alsogaray, así como a poner en práctica su catolicismo y anticomunismo a  ultranza que llevó a  transformar un beso de novios en un pecado y en un acto subversivo de la moral cristiana así como a intervenir todas las universidades ya que eran los bastiones de la “infiltración comunista”[7].

El Gral. Guglialmelli, que criticaba los desvíos de la Revolución Argentina y reclamaba la puesta en marcha de la Revolución Nacional que había sido proclamada y por la cual, supuestamente habían derrocado al gobierno constitucional, fue arrestado.

Para Gugliamelli, la Revolución Nacional era un “esfuerzo orgánico de toda la comunidad para consolidar su rango de Nación, de manera que el centro de decisión soberana en todo aquello que resulte esencial, le pertenezca. Por lo expresado, constituyen objetivos inmediatos de esa Revolución construir las bases materiales de la soberanía y fortalecer los vínculos espirituales entre sectores sociales y las distintas regiones por encima de las distintas ideologías”[8].

Sostenía que a ello se había comprometido la Revolución Argentina con el consentimiento implícito de la opinión pública. Si ella no  realizaba un cambio estructural y revolucionario, la interrupción del proceso constitucional carecería de justificación histórica. La Revolución debería tener coherencia interna y liderar el proceso con el concurso de toda la Nación.

Para el General, la responsabilidad no se agotaba en devolverle la soberanía al pueblo y no podría esgrimirse como disculpa que la empresa era de realización imposible. La responsabilidad histórica surgía de un imperativo ético profesional así como del compromiso contraído con la Nación.

En 1972,  reconocía sin ambages que la Revolución Argentina había fracasado y que además había llevado al país a una de sus peores crisis económicas, sociales y políticas. Tampoco el Gran Acuerdo Nacional (GAN) había tenido éxito y exigía en esa misma fecha a las Fuerzas Armadas que no hubiera ningún condicionamiento que retaceara la soberanía popular ya que favorecería la estructura de la dependencia. No se debía proscribir al líder del justicialismo y afectar la pureza del proceso electoral ya que el movimiento policlasista quedaría expuesto al juego de sus propias contradicciones internas.

Ya en 1973, con la asunción del tercer gobierno peronista, seguía rechazando el modelo tradicional del “profesionalismo liberal, para pasar a hablar del “profesionalismo nacional”. Cada vez más alejado de su histórica pertenencia al “desarrollismo” orgánico, reconocía que la conducción “ha pasado al legítimo propietario de la soberanía nacional: el pueblo; el prestigio y la imagen de las fuerzas armadas ante su pueblo han sufrido un profundo deterioro”[9] y que desde 1930 salvo en 1943-45 actuaron como instrumentos de minorías privilegiadas o de intereses antinacionales.

Se tornaba urgente fortalecer la identidad pueblo-fuerzas armadas, participar en la elaboración de la política nacional y acatar las resoluciones del gobierno nacional.

UNA SEGUNDA REVOLUCIÓN PARA AMÉRICA LATINA

 

Guglialmelli sostenía en 1972 que América Latina vivía su segunda revolución nacional. La primera, era la del movimiento emancipador, ésta era la revolución por el desarrollo integral con independencia, el ascenso de los sectores nacionales al gobierno y el control efectivo  del poder. Ello significará la ruptura de la dependencia política, económica, cultural e ideológica.

Los sectores nacionales a que se refería son los que sufren la opresión de grupos externos, ya sea imperialista o neocolonialista o del colonialismo interno, aquellos que no están comprometidos con los sectores opresores.

La hipótesis de conflicto es esencial y fundamental. Ese era el punto de partida para elaborar la estrategia, identificar las “fuerzas propias y reconocer al aliado para caracterizar al enemigo de los pueblos de América Latina. Y esa hipótesis la constituye la lucha por la liberación nacional.

Para ello investigaba los problemas limítrofes con los países de la región tanto como las posibilidades de integración económica, social, política o cultural. Los proyectos hidroeléctricos conjuntos, al autoabastecimiento energético, gasífero o petrolero. Las intervenciones extranjeras en las decisiones de la región o en organismos regionales.

En la actualidad vemos muchas de las anticipaciones de Guglialmelli en las políticas de la región que van asomando. Empezando por entender que el Cono Sur sería el punto de partida para la ulterior unidad latinoamericana y un núcleo de poder regional frente a los grandes centros de poder mundial como sostuvo en Geopolítica del Cono Sur[10]. El Mercosur, que comienza a dar sus primeros y dificultosos pasos para la integración de la región, estaría dándole la razón.

Con respecto a su recelo frente al expansionismo brasilero, que desde la época colonial fue el foco de tensión luso-español, también sostenía que se iban a encontrar los caminos de la cooperación cuando ambas naciones negociaran a partir de su desarrollo nacional y no de imposiciones de órganos trasnacionales.

Su idea de integración progresiva, como la de los brasileros en ese momento, debía ser gradual entre los países, con sus acuerdos bilaterales o multilaterales de acuerdo a sus desarrollos nacionales más que a una integración impuesta supranacional, ficticia y acelerada.

La resistencia latinoamericana al ALCA nos recuerda la resistencia que tuvo Guglialmelli en ese entonces al Pacto de Bogotá y Estados Unidos en 1966, ya que sostenía que podía ser un pretexto para que la Argentina renuncie a desarrollar sus industrias de base, siderúrgica o petrolera, automotriz, petroquímica, aluminio, etc. así como la infraestructura de servicios, energía, caminos, etc.

Para él, detrás de estas “inocentes propuestas fundadas en la economicidad y la solidaridad regional se esconde en verdad la filosofía del estancamiento, la defensa del “statu quo”, el negocio de los monopolios internacionales, la renuncia a nuestro desarrollo independiente…”

La revista a lo largo de sus catorce años, como el propio autor, atravesó distintas etapas de la historia argentina en las cuales como es lógico, las Fuerzas Armadas  jugaron distintos papeles. Así fue que muchos golpes militares fueron apoyados por distintos sectores civiles, hasta perder su total legitimidad a través de la última dictadura militar (76-83), su entrega y el genocidio que cometió.

Durante la década de los setentas y ochentas, América Latina fue arrasada por dictaduras militares que no sólo defendieron el “statu quo” del que hablaba Gulgialmelli, sino que se aliaron para someter a sus pueblos usando la represión más brutal, como fue el Plan Cóndor.

Ya es difícil que más allá de los límites o la fragilidad de la democracia representativa o la democracia liberal, ésta sea una excusa para que los militares rompan la institucionalidad democrática. Ya es difícil que alguien sostenga la legitimidad de un golpe basado en la legitimidad “nacional revolucionaria”[11] o que la soberanía nacional no se entienda aunada a la soberanía popular. Guglialmelli diría que no hay posibilidad de Defensa Nacional sin soberanía nacional. Yo le agregaría que no hay posibilidad de soberanía nacional sin soberanía popular. Haríamos una tregua.

Quizás sea uno de los rasgos utópicos que cada tanto nos endilgan. Pero estoy convencida de ello. Y nadie puede vivir sin convicciones y sin utopías. Y sabemos que las utopías de otrora son realidad ahora, porque son ucronías.

 

Posdata

 

¡ANA!!!!!!!!, vociferaba Juan Enrique Guglialmelli desde su despacho.“No soy soldado ni esto es un cuartel. A mí no me grita”, le contestaba cotidianamente yo desde la oficina de al lado.

La escena se repetía a diario y el arguía que era General y era tano, que no podía con su genio.

Trabajaba en la revista Estrategia con él en el periodo 1973-1976. Hacía un poco de todo, de secretaria de redacción, de promotora comercial, de secretaria a secas, de representante ante “L´ecole militaire” o ante el “London School for strategic studies” o de responsable de la revista y del Instituto cuando viajaba, o de simple acompañante de sus gulas para ir a tomar el té al Florida Garden o al London Grill a comer sendas tortas de chocolate o scons calentitos.

Él me había convocado con mis escasos veinticuatro años cuando ya era militante de la juventud peronista y estudiante de filosofía. Veía pasar a distintas personalidades del quehacer nacional e internacional que discutían fervorosamente con el General Guglialmelli. Cuando él lo decidía, me hacía participar de sus discusiones.

Allí convocamos a mi amigo Paulo Schilling a trabajar con el cual luego escribirían juntos varios artículos y libros. Estaban ambos investigando el expansionismo brasilero.

Allí vivimos juntos la ansiedad, la zozobra, el miedo y el desconsuelo cuando esperábamos al general chileno Carlos Prats que nunca llegaría a la entrevista. El 30 de setiembre de 1974 lo habían asesinado junto a su mujer. Había comenzado la integración de la complicidad del Plan Cóndor. Lejos estaba ya la Doctrina de Seguridad vinculada al desarrollo. Era la Doctrina de la Seguridad a secas.

Allí volvimos a sentir lo mismo cuando asesinaron al general boliviano Juan José Torres el 2 de junio de 1976.También tenía una cita con Guglialmelli.

Convocó a su hijo, el Mayor Juan Enrique Guglialmelli para que lo acompañara en su auto armado en el recorrido diario desde y hasta su casa.

Comenzó a portar armas de nuevo. “Esto no da para más, si me llevan, yo me llevo algunos conmigo”, me explicaba.

Los militares se habían transformado en aves de rapiña y cazadores de brujas, de cualquiera que ellos creyeran que pensaba distinto o estuviera vinculado a cualquier oposición como sostenía el general Saint Jean: “primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, después…. a sus simpatizantes, en seguida… a aquellos que permanecen indiferentes y finalmente a los tímidos”. Ello incluía a los hijos y parientes de quienes ellos consideraban subversivos.

Ya lo había anticipado en 1975 el General Videla cuando dijo que “morirían todos los argentinos que fuera necesario………” en la reunión de los Ejércitos en el Uruguay.

Cuando recrudeció la caza, fue Guglialmelli el único que se ofreció a ayudarme a salir, por responsabilidad y por solidaridad.

Cuando volví del exilio en México, fue uno de los pocos que se alegró. Comenzamos a pensar cómo sacar la revista de nuevo. Ya teníamos varias posibilidades.

Fue quien en una cena preparó a mi hija de once años para rendir su examen de reválida de historia argentina cuando volvimos de México. Debía aprender que la población aborigen no eran los mayas, los aztecas o los mexicas, sino los pampas, los onas, mapuches o los guaraníes.

Todo el restaurante estuvo  en vilo ante el corpulento General que con cuchillo, tenedor, vasos y lápices de colores, explicaba a los gritos (porque era general y tano)  la batalla de Maipú, la batalla de San Lorenzo y tantas otras. “A la carga, comandaba San Martín….” mientras desplazaba cubiertos y vasos.

Concluyó, ante la mirada atónita de mi hija “Si la maestra te dice que no fue así, decile que venga a discutir con el General Guglialmelli. Ella no creía que fuera un militar.

Los comensales aplaudieron. Mi hija guardó su papel con el mapa de las batallas con los enemigos pintados de rojo. “Así lo hacemos los militares”, le había explicado. Y se sorprendió cuando ella le contestó: “Ya lo sé”.

Juan Enrique Guglialmelli murió a los dos días, el 9 de junio de 1983.

Veintisiete años antes, otro 9 de junio, se levantaba otro General sanmartiniano, el General Juan José Valle, en defensa de la democracia y del Presidente Perón. Dos días después fue fusilado por orden de Aramburu.

Ambas figuras incidieron, quizás sin darme cuenta, en mi propia historia. Vaya este pequeño homenaje para ellos.

 

Ana Jaramillo

 

[1] Larra, Raúl: La batalla del General Guglialmelli, Distal, Bs.As, 1995

[2] Glucksman, André: El discurso de la guerra, Anagrama, Barcelona, 1969

[3] Guglialmelli, Juan Enrique en revista Estrategia, N 1, Bs.As, mayo 1969

[4] Villegas, Osiris Guillermo: Políticas y Estrategias para el desarrollo y la Seguridad Nacional, Pleamar, Bs.As, 1969

[5] Guglialmelli, J:E, en revista Estrategia N 2,Bs.AS,

[6] ibidem

[7] Rouquie, Alain: Poder militar y sociedad política en la Argentina. Tomo2, Emecé, Bs.As, 1998

[8] Revista Estrategia n 4, 1969,Bs.as

[9] Fuerzas armadas para la liberación Nacional, Estrategia no 23, Bs.As, 1973

[10] Guglialmelli, J.E: Geopolítica del Cono Sur, El Cid, Bs.As

[11] ver Carl Schmitt: Clausewitz como pensador político, Struhart & Cia.,S/F, Argentina

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