José Hernández y su texto sobre “una parte muy importante del territorio nacional”: Las Islas Malvinas (1869). Por Facundo Di Vincenzo [1]

José Hernández y su texto sobre “una parte muy importantes del territorio nacional”: Las Islas Malvinas (1869)

Facundo Di Vincenzo[1]

 

 

“Los argentinos, especialmente, no han podido olvidar que se trata de una parte muy importante del territorio nacional, usurpada a merced de circunstancias desfavorables, en una época indecisa, en que la nacionalidad luchaba aún con los escollos opuestos a su definitiva organización. Se concibe y se explica fácilmente ese sentimiento profundo y celoso de los pueblos por la integridad de su territorio, y que la usurpación de un solo palmo de tierra inquiete su existencia futura, como si se nos arrebatara un pedazo de nuestra carne.”

 

José Hernández (1869)[2]

 

  1. Introducción

 

El poeta, escritor, periodista y político José Hernández (Charcas del Perdriel –actualmente- Villa Ballester, Buenos Aires, 1834-1886) el 19 de noviembre de 1869 publica en la primera página del diario que él mismo había fundado y el cuál dirigía: El Rio de la Plata, un artículo sobre las Islas Malvinas que según sus estudiosos[3], había causado gran repercusión entre sus lectores, de hecho, en los días siguientes Hernández volverá a publicar el mismo artículo, sumando otras reflexiones sobre la cuestión Malvinas.

 

A pesar de ser el autor de El Gaucho Martin Fierro (1872), considerado como el texto fundacional de la literatura argentina, y de haber participado activamente en todos los acontecimientos políticos y sociales de su tiempo (1852-1886), observo que ha sido escasamente trabajada su vida como su ideario político ideológico. Entre estos olvidos y omisiones encuentro este texto en donde José Hernández reclama por un accionar más determinado del Gobierno argentino, presidido en aquel entonces por Domingo Faustino Sarmiento, para recuperar las Islas Malvinas, a las cuales reconoce como una de las partes más importantes del territorio Nacional.

 

  1. Introducción a un problema llamado: José Hernández

 

El reconocido historiador Tulio Halperin Donghi (Buenos Aires, 1926-2014) en su libro: José Hernández y sus mundos (1985)[4] afirma que el autor del Martín Fierro tuvo a lo largo de su vida varios momentos o “mundos”, como él mismo lo titula: el del poeta, escritor, político, periodista. Además deja, como es habitual en sus trabajos, una serie de sugerencias perturbadoras para sus lectores (recordemos que para Halperin Donghi la Revolución de Mayo, más que la libertad trajo la Guerra[5], y que el proyecto agroexpostador/agrominero termino por convertir a las Américas en un territorio neocolonial de las potencias del Atlántico Norte[6]), en este caso se pregunta: ¿por qué fue José Hernández el escritor del texto fundacional de nuestra nacionalidad? Dice: “No tenía muchas razones para sobresalir sobre sus pares”[7]. Otro historiador, Horacio Zorraquín Becú (Buenos Aires, 1911-1994), parece encontrar más razones para explicar la relevancia de Hernández en la cultura e Historia rioplatense. Afirma en su libro: Tiempo y vida de José Hernández 1834-1886 (1972): “Fuera error creer que sólo los cofrades de Fierro le brindaron su aplauso. Personas de mayor jerarquía se sumaron al elogio, pese a lo poco propicio de las circunstancias, derivabas no sólo de la intención política del libro y de la filiación del autor sino del hecho de que los intelectuales del momento, empeñados en acompañar al país en su evolución progresista, veían en ese intento de revivir lo gauchesco, sin perjuicio de reconocer sus méritos intrínsecos, un achaque de extemporaneidad y retroceso.[8]

 

De las citas anteriores se desprenden dos problemas referidos a la figura de José Hernández.

 

La primera se encuentra relacionada a la trascendencia o no trascendencia de José Hernández al momento de la publicación del Martin Fierro en 1872. La segunda cuestión, que no aparece en la superficie, pero sí permanece detrás de los dichos de los historiadores citados, refiere a las lecturas historiográficas-políticas sobre el contexto en donde aparece la obra. Zorraquín Becú, por ejemplo, desconfía de quienes han objetado la trascendencia del libro de José Hernández y Halperin Donghi, directamente se siente extrañado de la trascendencia de un libro escrito por José Hernández. El primero, porque considera que quienes hablan del autor de El Gaucho Martín Fierro forman parte de la facción política rival. Halperin Donghi, probablemente, porque observa a Hernández como un derrotado, un político sin cargo, alguien que se encuentra lejos de los ámbitos de decisión política de aquel entonces.

 

En este punto es necesario detenerse en algunas cuestiones de contexto.

 

Numerosos estudiosos del siglo XIX, Fermín Chávez[9], Tulio Halperin Donghi[10], José Maria Rosa[11], Jorge Abelardo Ramos[12], José Carlos Chiaramonte[13], Hilda Sábato[14], han sostenido qué tras la Revolución de mayo de 1810 surgen al menos dos proyectos políticos en el Rio de la Plata.

 

Uno de estos proyectos fue el promovido desde la ciudad puerto Buenos Aires, y tuvo un carácter liberal en lo económico y “atlantista” en lo cultural/ideológico, en el sentido de impulsar una cosmovisión (forma de ver el mundo) con centro en Francia e Inglaterra. El otro, llamado federal, fue promotor de cierta protección a la producción local y, en materia cultural/ideológica, intento ponderar la tradición, costumbres y expresiones de los pobladores de estas tierras. Ese arraigo local, según algunos autores y autoras, termino constituyendo una matriz de pensamiento autónomo (Alcira Argumedo)[15], un mito “gaucho” (Carlos Astrada)[16], un pensamiento geo cultural (Kusch)[17] y geo existencial (Alberto Buela)[18] propio.

 

José Hernández se involucró a lo largo de su vida en las luchas desencadenadas entre estos dos proyectos, con una particularidad, al tiempo que participó militarmente en los conflictos de su época, escribió poemas, libros y textos periodísticos, donde ponderó las figuras del gaucho y del indio como elementos constitutivos de la identidad rioplatense. En esa medida, una revisión de su historia y de sus intervenciones necesariamente nos involucra en el periodo que transcurre desde la Batalla de Caseros del 3 de febrero de 1852 hasta el proceso de organización Nacional llevado a cabo por Julio Argentino Roca hacia fines del siglo XIX.

Hernández primero, por influencia de su padre que trabajaba en una de los establecimientos ganaderos de Juan Manuel de Rosas, tuvo un acercamiento a la facción Federal de Buenos Aires. Grupo de hombres que buscaba volver hacia la situación anterior a Caseros, aquella batalla que había dado fin al gobierno de Rosas. Los biógrafos de José Hernández, Horacio Zorraquin Becú y Fermín Chávez, señalan que consideraba que la Provincia de Buenos Aires debía en esta etapa histórica formar parte de la nueva Confederación Argentina liderada por el Gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza. En consecuencia, cuando se produjo la Revolución del 11 de septiembre, motivada entre otros, por el General Hilario Lagos, y cuya iniciativa era separar a la provincia porteña de la Confederación Argentina, José Hernández se alineó con los hombres agrupados en torno al periódico “La Reforma Pacífica” quienes planteaban mantener la autonomía de Buenos Aires sin que ello suponga romper los lazos con el resto de las Provincias. En estas circunstancias, participó del lado de la Confederación Argentina bajo el mando de Pedro Rosas y Belgrano (hijo natural de Belgrano adoptado por Rosas) y Faustino Velazco, en la represión del levantamiento del coronel Hilario Lagos (1853), quien se había alzado contra el gobernador Valentín Alsina. En esta batalla la facción de Hernández sufre una derrota. Luego, luchó, ya como Teniente, en la Batalla del Tala, donde salió vencedor (1854).

 

Entre 1854 y 1858, como lo demuestran los textos e intervenciones políticas de los Hernández, no participo de enfrentamientos, aunque se mantuvo atento al levantamiento de los Generales federales, José María Flores y Jerónimo Costa, contra Pastor Obligado, Gobernador que había sido impuesto por los revolucionarios del 11 de septiembre. Frente a la situación adversa a nivel político que sufrían en Buenos Aires, José Hernández debe emigrar, como su Rafael y tantos otros “Federales de Buenos Aires” hacia Entre Ríos.

 

Entre 1858 y 1867 José Hernández escribió en los periódicos El Nacional Argentino, El Litoral y El Argentino de Paraná, en este último diario le toco cubrir la muerte del General Vicente “Chacho” Peñaloza, motivando luego la publicación de su primera gran obra: Vida del Chacho (1862).

 

En 1859 participa en la Batalla de Cepeda y en 1861 en la Batalla de Pavón que marca el final de la Confederación Argentina tras la derrota en manos de las fuerzas porteñas al mando de Bartolomé Mitre. En 1869 vuelve a Buenos Aires tras el largo exilio de diez años al que había sido obligado por “los pandilleros de Mitre”, en aquello años estuvo viviendo en Paraná, Concepción del Uruguay, Paysandú, Corrientes, Rosario, Santa Fe, La Paz, San José Feliciano, Concordia, entre otros sitios. Buenos Aires, la ciudad de Mitre y el aporteñado Sarmiento sigue siendo un territorio adverso para los federales. También lo son aquellos tiempos, en donde los principales líderes del federalismo de las provincias denuncian una guerra injusta, cruel e inmoral contra el pueblo hermano del Paraguay. José Hernández denuncia una y otra vez a las infamias de esta guerra innoble. Escribe en el diario La Capital de Corrientes el 20 de julio de 1868, poco antes de arribar a la ciudad puerto: “Es un destino bien amargo el de esta pobre República. Esto se llama ir de mal en peor. Mitre ha hecho de la República un campamento. Sarmiento va a hacer de ella una escuela. Con Mitre ha tenido la República que andar con el sable a la cintura. Con Sarmiento va a verse obligada a aprender de memoria la anagnosía, el método gradual y lo anales de Doña Juana Manso. Esas son las grandes figuras que vienen a regir los destinos de la patria de Alvear y San Martin. ¿Consentirá el país en que un loco, que es un furioso desatado, venga a sentarse en la silla presidencial, para precipitar al país a la ruina y al desquicio?”

 

Lejos de callarse y bien lejos de cuidarse, José Hernández ni bien pisa suelo porteño comienza a trabajar en la fundación de un nuevo diario. Repasemos rápidamente el escenario periodístico – político. El diario la Nación Argentina expresaba los intereses e ideario político de Mitre mientras que El Nacional, de Dalmacio Vélez Sarfield y La Tribuna, de Mariano Varela, pronunciaba las opiniones de Sarmiento. No había un diario en Buenos Aires que manifestara la voz de los gauchos o que cuestionara las acciones de aniquilamiento de los indios o la política “de las levas obligadas” a la frontera. Menos aún, no había ninguna voz a favor de las provincias. José Hernández entonces funda el diario El Rio de la Plata, al que califica como diario “independiente”, y como él mismo dice, en términos políticos “ser independiente es ser opositor al oficialismo de turno”. ¿Quiénes lo acompañan? Miguel Navarro Viola, que había vuelto como él del destierro, Agustín de Vedia, Vicente G. Quesada, el General Guido, Pelliza, Sienra Carranza, Belisario Montero, el catamarqueño Aurelio Terrera y Cosme Mariño. Escribe Guido Spano “¿Quiénes somos? Somos más o menos conocidos, somos viejos conscriptos de las luchas de la República; hemos asistido a los grandes sacudimientos que la han conmovido; tuvimos nuestra parte en los combates, y en nuestra peregrinación borrascosa hemos adquirido una clase de valor, el único que venimos a ostentar, el valor de la concordia”[19].

 

Tras un rápido recorrido por la vida y obra de José Hernández desde sus primeras intervenciones militares y políticas hasta la fundación del diario en donde aparece el texto sobre las Islas Malvinas, merece la pena detenernos en una reflexión.

 

Podría enumerar una larga lista de autores y autoras que han trabajado la principal obra de José Hernández, El Gaucho Martin Fierro: Ezequiel Martínez Estrada (1948), Carlos Astrada (1948), Elías Giménez Vega (1961), Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano (1983), etcétera y etcétera. Observo que todos ellos han puesto el foco en la obra narrativa- literaria, dejando de lado todo el recorrido militar, político y periodístico de su autor, un corrimiento que también se puede observar en los manuales de escuela primaria y secundaria, ya que Hernández aparece en los libros de las asignaturas de “Prácticas de Lenguaje” y “Literatura” pero no en los libros de “Historia”. ¿Qué implicancia tiene este desplazamiento?

 

Evidentemente todavía se siente el hedor de los campos de Pavón. Buenos Aires ha vencido en las Guerras contra “los federalismos” de las provincias, y en ese sentido, ha vencido el proyecto atlantista, semicolonial, como diría Abelardo Ramos o Neocolonial, como diría Halperín Donghi; en resumen, el proyecto liberal y eurocéntrico de los Mitre y los Sarmiento. Quizás por ello sea fundamental vaciar de contenido político al autor de la principal obra de la narrativa Nacional, aquel incansable luchador federal, defensor de gauchos e indios, crítico implacable de la Guerra del Paraguay, delator de las traiciones de Urquiza como de las matanzas de Mitre y Sarmiento. Revisar la vida y obra de Hernández supone volver sobre “otra Historia” de nuestra Nación, diferente justamente a la Historia “oficial” escrita por Mitre y llevada a las aulas por Sarmiento.

 

Por lo antes dicho, no debe sorprendernos entonces que cuando la elite dirigente y económica (terrateniente, latifundistas y agroexportadora) de aquel proyecto dependiente de las potencias del Atlántico Norte hable de “orden y progreso” no vinculen esa idea-fuerza a verdaderamente ordenar las cosas, en pocas palabras, a comenzar por tener el control político de todo nuestro territorio. Una extraña idea de orden tenían estos hombres. No debe sorprendernos que sea José Hernández quien lo advierta y reclame por nuestras Islas Malvinas en un texto publicado en su diario. El escritor Nacional le demanda al Presidente de la República Domingo Faustino Sarmiento, dice: “Parece que el señor Sarmiento no reputó bastante explícitas las instrucciones, aunque apoyó resueltamente el derecho de entablar aquella reclamación. Entre tanto, deber es muy sagrado de la Nación Argentina, velar por la honra de su nombre, por la integridad de su territorio y por los intereses de los argentinos. Esos derechos no se prescriben jamás. […] Llamamos la atención de toda la prensa argentina sobre asuntos de tan alta importancia política y económica, de los cuales volveremos a ocuparnos oportunamente.”

 

A continuación transcribo el texto completo de José Hernández sobre las Islas Malvinas.

 

  • Fuente: José Hernández y su intervención sobre las Islas Malvinas (1869)

 

“Carta interesante. – Relación de un viaje a las Islas Malvinas[20]

 

Empezamos hoy en la primera página (de El Río de la Plata) la publicación de una interesante carta descriptiva de un viaje a las Malvinas, que nos es dirigida por nuestro amigo y distinguido Jefe de la Marina Nacional, Comandante D. Augusto Lasserre[21]. Contiene curiosidades ignoradas por la generalidad de nuestros lectores, y nos hace conocer de una manera sencilla, interesante y clara, la población, usos, costumbres, industria, comercio y demás, relativo a aquellas islas, cuya situación geográfica les da una grandísima importancia.

 

Islas Malvinas. Cuestiones graves:

 

A la interesante relación del viaje a las Islas Malvinas de nuestro distinguido amigo el señor Lasserre que publicamos hace algunos días en El Río de la Plata, ha llamado justamente la atención de la prensa ilustrada, y ha sido leída con profundo y general interés en toda la población. Los argentinos, especialmente, no han podido olvidar que se trata de una parte muy importante del territorio nacional, usurpada a merced de circunstancias desfavorables, en una época indecisa, en que la nacionalidad luchaba aún con los escollos opuestos a su definitiva organización.

 

Se concibe y se explica fácilmente ese sentimiento profundo y celoso de los pueblos por la integridad de su territorio, y que la usurpación de un solo palmo de tierra inquiete su existencia futura, como si se nos arrebatara un pedazo de nuestra carne. La usurpación no sólo es el quebrantamiento de un derecho civil y político; es también la conculcación de una ley natural.

 

Los pueblos necesitan del territorio con que han nacido a la vida política, como se necesita del aire para libre expansión de nuestros pulmones. Absorberle un pedazo de su territorio, es arrebatarle un derecho, y esa injusticia envuelve un doble atentado, porque no sólo es el despojo de una propiedad, sino que es también la amenaza de una nueva usurpación. El precedente de injusticia es siempre el temor de la injusticia, pues si la conformidad o la indiferencia del pueblo agraviado consolida la conquista de la fuerza, ¿quién le defenderá mañana contra una nueva tentativa de despojo, o de usurpación?

 

El pueblo comprende o siente esas verdades, y su inquietud es la intranquilidad de todos los pueblos que la historia señala como víctimas de iguales atentados. Allí donde ha habido un desconocimiento de la integridad territorial, hemos presenciado siempre los esfuerzos del pueblo damnificado por llegar a la reconquista del territorio usurpado.

 

El señor Lasserre ha dicho muy bien, inspirado en un noble sentimiento, al emprender su interesante narración: “Las siguientes líneas quizá ofrezcan algún interés por la doble razón de ser ellas (las islas) propiedad de los argentinos, y permanecer, sin embargo, poco o nada conocidas por la mayoría de sus legítimos dueños. No es mi intención, ni creo oportuno este caso, para entrar en consideraciones políticas sobre la no devolución de ese inmenso territorio que hemos prestado a los ingleses, un poco contra nuestra voluntad, pero no quiero dejar pasar esta oportunidad sin deplorar la negligencia de nuestros gobiernos, que han ido dejando pasar el tiempo sin acordarse de tal reclamación pendiente. Es de suponer que la ilustración del actual Gobierno Nacional comprenda la importancia de esa devolución, que él se halla en el deber de exigir del de S.M.B., pues que esas islas, por su posición geográfica son la llave del Pacífico y están llamadas indudablemente a un gran porvenir con el probable aumento de población en nuestros fertilísimos territorios.”

 

La importancia de las Islas Malvinas es incuestionable. Su proximidad a la costa Sud de nuestro territorio, sus inmejorables puertos para el comercio y navegación de aquellas costas, el valioso ramo de la pesca, la cría de ganados vacuno y lanar, para la cual se prestan maravillosamente sus fertilísimos campos, con ricas aguadas permanentes, todas éstas son ventajas reconocidas por los que han visitado dichas Islas.

 

Refiriéndose el Standard 4 a la relación del señor Lasserre, y apreciándola en términos honoríficos, anuncia que va a traducirla para ofrecerla a sus lectores. Con este motivo, dice el colega inglés, “que se han realizado grandes compras de ovejas para las Islas Malvinas, las que han sido contratadas a 30 pesos, moneda corriente, elegidas y puestas a bordo”.

 

Pero no nos hemos propuesto esencialmente dar idea de las ventajas económicas que ofrece la posesión de aquellas Islas. Si no hemos debido prescindir de esos detalles, es porque ellos pueden estimular el celo de nuestro gobierno e influir en sus disposiciones en relación a la reclamación diplomática que debe entablar desde ya ante el gobierno británico.

 

Con esta cuestión se presenta enlazada otra que no es menos grave por ser individual, y que viene a explicar históricamente el origen de la usurpación del dominio de las Islas Malvinas. La República Argentina mantuvo siempre sobre las Islas su indisputable derecho de soberanía. Penetrados nuestros primeros gobiernos de la necesidad de afirmar la posesión de ese derecho por la explotación industrial de aquellas Islas, hicieron con ese fin algunos esfuerzos meritorios.

 

En 1828, el gobierno cedió al señor D. Luis Vernet la Isla llamada Soledad, a condición de formar en ella una Colonia a su costa. Esta se realizó con el mejor éxito después de vencer todas las dificultades inherentes a una empresa de tal magnitud.

 

La colonia prosperaba hacía ya algunos años y el gobierno argentino veía con singular satisfacción el gran porvenir que aquella naciente colonia auguraba para la navegación y comercio de nuestras extensas costas hasta el Cabo de Hornos.

 

En 1831 fueron apresados en las islas tres buques norteamericanos que habían reincidido en la pesca de anfibios contra los terminantes reglamentos que debía hacer observar la autoridad de aquella jurisdicción. El doctor Areco, en la tesis que presentó en 1866 para optar al grado de Doctor en Jurisprudencia, consagra algunos recuerdos a ese episodio histórico que debía tener tan deplorable consecuencias. Dice así: “El Gobernador de Malvinas [el señor Vernet], obligado a hacer respetar los reglamentos relativos a la pesca, o mejor dicho matanza de lobos, dentro de su jurisdicción, reglamentos tan antiguos como ésta, e interesado en gozar exclusivamente de una de las concesiones que le había hecho el gobierno de Buenos Aires, detuvo unos buques norteamericanos, que según confesión de sus mismos capitanes, se ocupaban de este tráfico ilegal. El tribunal competente los declaró buenas presas y legitimó la conducta del señor Vernet”.

 

A consecuencia de ese apresamiento el comandante de un buque de guerra norteamericano, destruyó la floreciente colonia de la isla Soledad, y ese hecho injustificable fue precisamente lo que indujo a Inglaterra a apoderarse de las Islas Malvinas, consumando ese atentado contra la integridad territorial de la Nación Argentina, cuya soberanía sobre aquellas islas había sido siempre respetada.

 

Un distinguido diplomático argentino, el doctor D. Manuel Moreno, acreditado cerca del gobierno británico en calidad de Ministro Plenipotenciario de la República, en 1834, se expresaba en estos términos en nota dirigida a aquel gobierno: “No puede alegarse contra las Provincias Unidas [del Río de la Plata] que traten de revivir una cuestión que estaba transada después de más de medio siglo atrás. Por el contrario, la invasión de la Corbeta Clio en 5 de enero de 1833 es la que ha alterado e invertido el estado de cosas que había dejado la convención de 22 de enero de 1771”.

 

Entre tanto, el gobierno argentino, que ha pagado íntegramente todas las deudas procedentes de perjuicios originados a los súbditos extranjeros, que se ha mantenido hasta ahora en estrechas y cordiales relaciones con todos los gobiernos europeos y americanos, excepto el del Paraguay, no ha obtenido reparación alguna por los serios perjuicios causados a un ciudadano argentino por la destrucción de la colonia Soledad, ni menos por la usurpación de las Islas Malvinas, arrebatadas por los ingleses, en una época en que los gobiernos hacían imprudente alarde de las ventajas materiales de la fuerza, en un momento dado.

 

Debemos creer que eso se deba a la indiferencia de nuestros gobiernos, o a las débiles gestiones con que se han presentado ante los gabinetes extranjeros. Absorbidos por los intereses transitorios de la política interna, nuestros gobiernos no han pensado en velar por los altos intereses de la Nación Argentina, más allá del círculo estrecho en que se han agitado estérilmente los círculos tradicionales. Nos hallamos felizmente en una situación nueva y especial.

 

Los últimos treinta años han marcado la serie de grandes progresos morales y materiales. Ya no es el alarde de la fuerza, el que apoya una gestión cualquiera en el mundo diplomático. Los gobiernos han comprendido ya que no hay otra fuerza legítima y respetable que la fuerza del derecho y de la justicia; que el abuso no se legitima jamás, e imprime siempre un sello odioso sobre la frente de los que lo consuman.

 

La historia y la moral les han enseñado que tarde o temprano se expía el atentado cometido a nombre de la fuerza, porque los que hoy se prevalen de la inferioridad relativa, hallarán mañana otro poder más fuerte, que utilizará en su ventaja la lección que se desprende de un acto depresivo y criminal.

 

En los tiempos contemporáneos tenemos ejemplos elocuentes de esa verdad. Austria devolviendo el Véneto a la Italia, después de haber experimentado el fusil de aguja; Francia desprendiéndose de México ante la actitud de los Estados Unidos; España abandonando las islas del Perú, ante la explosión del sentimiento americano, son hechos recientes que confirman la saludable revolución de las ideas de moral y de justicia, que se opera en el mundo.

 

Gobiernos ningunos en los últimos tiempos han llevado más adelante ese respeto por la opinión universal, que los gobiernos de Estados Unidos y de Inglaterra, y son los gobiernos más fuertes del mundo. La época lejana de ilusorias conquistas pasó y los americanos y los ingleses son hoy los primeros en condenar los atentados que se consumaron en otro tiempo a la sombra de sus banderas. ¿Cómo no esperar entonces que los Estados Unidos y la Inglaterra se apresuren a dar testimonio de su respeto al derecho de la Nación Argentina, reparando los perjuicios inferidos, devolviendo a su legítimo soberano el territorio usurpado?

 

Entendemos que la administración del General Mitre se preocupó de esta cuestión y envió instrucciones al ministro argentino en Washington, que lo era el señor Sarmiento, para iniciar una justa reclamación por la destrucción de la colonia y el abandono a que esto dio lugar. Parece que el señor Sarmiento no reputó bastante explícitas las instrucciones, aunque apoyó resueltamente el derecho de entablar aquella reclamación. Entre tanto, deber es muy sagrado de la Nación Argentina, velar por la honra de su nombre, por la integridad de su territorio y por los intereses de los argentinos. Esos derechos no se prescriben jamás.

 

Y pues que la ocasión se presenta, preocupada justamente la opinión pública con la oportuna publicación de la interesante carta del señor Lasserre, llenamos el deber de iniciar las graves cuestiones que surgen de los hechos referidos. Llamamos la atención de toda la prensa argentina sobre asuntos de tan alta importancia política y económica, de los cuales volveremos a ocuparnos oportunamente.”

 

***

 

“Descripción de un viaje a Malvinas [Carta de Augusto Laserre a José Hernández]

 

Mi querido Hernández: Cumpliendo con la promesa que usted me exigió en julio próximo pasado de hacerle la relación de mi viaje a las Islas Malvinas, le envío las siguientes líneas, que quizá le ofrecerán algún interés, por la doble razón de ser ellas [las islas] propiedad de los argentinos y de permanecer, sin embargo, poco o nada conocidas por la mayoría de sus legítimos dueños.

 

No es mi intención, ni creo oportuno este caso, para entrar en consideraciones políticas sobre la no devolución de ese inmenso territorio que hemos prestado a los ingleses, un poco contra nuestra voluntad, pero no quiero dejar pasar esta oportunidad sin deplorar la negligencia de nuestros gobiernos, que han ido dejando pasar el tiempo sin acordarse de tal reclamación pendiente, y haciendo con imperdonable indiferencia más imposible cada día la integridad de la República Argentina.

 

Es de suponer que la ilustración del actual Gobierno Nacional8 comprenda la importancia de esa devolución, que él se halla en el deber de exigir del de S.M.B., pues que esas islas, por su posición geográfica son la llave del Pacífico, y están llamadas indudablemente a un gran porvenir, con el probable aumento de población de nuestros fertilísimos territorios. A ustedes, los de la prensa, es a los que compete, llegado el caso, tratar esa cuestión. (…)  Muy pocos argentinos han permanecido en Malvinas después de la injusta ocupación inglesa. Los que aun existen allí no pasan de veinte, todos ellos empleados como peones o capataces en las estancias, para cuyo trabajo sobresalen de muchos de los extranjeros.”

[1]Doctor en Historia, Especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano, Profesor de Historia (USal, UNLa, UBA) Docente e Investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” y del Instituto de Problemas Nacionales (UNLa), Columnista Programa Radial, Malvinas Causa Central, Megafón FM 92.1

[2]El Rio de la Plata, n° 86, Buenos Aires, 19 de noviembre de 1869, p. 1 . Extraído del libro: Hernández, José: Homenaje a José Hernández. La Vida del Chacho y artículo de José Hernández sobre las Islas Malvinas, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Unión Personal Civil de la Nación – Seccional Capital Federal y Empleados Públicos Nacionales, 2008.

[3]Chávez, Fermín, José Hernández, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1973; Gil Guiñon, Joaquín (comp.), Las islas Malvinas: lo que escribió Hernández, en 1869, respecto de este territorio argentino y las noticias que acerca de su viaje a las islas le comunicó Augusto Laserre, Corregidor, Buenos Aires, 2006; Pigna, Felipe, “José Hernández y la soberanía sobre las Islas Malvinas”, Buenos Aires, El Historiador, en: https://www.elhistoriador.com.ar/jose-hernandez-y-la-soberania-sobre-malvinas/

[4]Halperín Donghi, Tulio, José Hernández y sus mundos, Buenos Aires, Editorial Sudamericana – Instituto Torcuato Di Tella, 1985.

[5]Halperín Donghi, Tulio, Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla [1972], Buenos Aires, Siglo XXI, 2014

[6]Halperín Donghí, Tulio, Historia Contemporánea de América Latina [1967], Buenos Aires, Alianza Editorial, 2010.

[7]Halperín Donghi, Tulio, José Hernández y sus mundos, op., cit., p. 12.

[8]Zorraquín Becú, Horacio, Tiempo y vida de José Hernández, Buenos Aires, Emecé, 1972, p. 203.

[9]Chávez, Fermín, Civilización y barbarie. El liberalismo y el mayismo en la historia y en la cultura argentinas, Buenos Aires, Trafac, 1956;

[10]Halperín Donghi, Tulio, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972.

[11]Rosa, José María, Historia Argentina [13 tomos], Buenos Aires, Editorial Oriente, 1973.

[12]Ramos, Jorge Abelardo, en “Las masas y las lanzas”, primer volumen de cinco de la obra: Revolución y contrarrevolución en la Argentina, 1era ed. en Buenos Aires, Ed. Amerindia,1957.

[13]Chiaramonte, José Carlos, Ciudades, provincias, estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, Emecé, 2007.

[14]Sábato, Hilda, Historia de la Argentina (1852-1890), Buenos Aires, Siglo XXI, 2012.

[15]Argumedo, Alcira, Los silencio y las voces en América Latina, Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, 2009.

[16]Astrada, Carlos, El mito Gaucho, Buenos Aires, Ediciones de la Cruz del Sur, 1964.

[17]Kusch, Rodolfo, Geocultura del Hombre Americano, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, 1976.

[18]Buela, Alberto, Aportes al Pensamiento Nacional, Buenos Aires, Ediciones Cultura Et Labor, 1987.

[19]Guido Spano, Carlos, diario El Rio de la Plata, n° 1, 06-08-1869, p. 1.

[20]El texto completo fue extraído del libro: Hernández, José: Homenaje a José Hernández. La Vida del Chacho y artículo de José Hernández sobre las Islas Malvinas, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Unión Personal Civil de la Nación – Seccional Capital Federal y Empleados Públicos Nacionales, 2008.  El título que se transcribe es el que encabezaba esta noticia en el Nº 86 de El Río de la Plata, publicada en la sección editorial correspondiente al día 19 de noviembre de 1869. El día 20, con objeto de dejar aclarados algunos errores que se habían deslizado en el texto de la susodicha noticia, ésta volvía a publicarse en la misma sección del diario donde apareció el día anterior y con el texto que transcribimos. José Hernández era propietario, fundador y redactor de El Río de la Plata con imprenta y redacción en la calle Victoria 202 de Buenos Aires. Desde el primer número, que vio la luz el 6 de agosto de 1869, hasta el último aparecido el 22 de noviembre de 1870, Hernández nutrió, con su pluma, las columnas de los 207 números del diario con más de quinientos editoriales y artículos. Todos ellos sobre temas políticos, de actualidad y bibliográficos. Solamente en casos excepcionales aparecieron firmados.

[21]Augusto Lasserre nació en Buenos Aires el año 1826. Fue promovido a capitán de marina el 11 de junio de 1852, en cuya calidad prestó servicio en la escuadra de la Confederación Argentina. El 30 de septiembre de 1886, Lasserre fue ascendido a comodoro. Falleció en Buenos Aires el 20 de septiembre de 1906.

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